jueves, mayo 05, 2011

LATIDOS. Sobre el discurrir de Mario Navas...


He decidido concentrar todos mis esfuerzos en mi cotidianidad. Arreglar el estudio, hacerlo más confortable, para cuando la inspiración regrese, y si no regresa, no importa, de igual modo, tengo que plantarme delante de las hojas en blanco cada día, y intentarlo. Salir con los amigos, distraerme. Hoy he quedado con Robert, y Eladi. Hacemos un buen trío, nos entendemos. ¿Será que la soltería nos unifica? La verdad es que hasta hace poco no me sentía soltero para nada, aunque socialmente, para los otros, yo era eso. Pareciera que ser soltero tuviera a la fuerza un tinte de amargado. Robert, me sorprende. Hace mucho que nos conocemos pero nunca lo había frecuentado tan seguido. Me gusta su compañía, su serenidad. Hombre de pocas palabras. Pero sabe más de lo que parece. Con sus ojitos de mono llega a lo más hondo. A veces parece saber más de mí que yo mismo, me sorprende una y otra vez. Creo que lo subestimé. Es un gran tipo, sano, cordial, amable....siempre con el optimismo por delante, siempre riendo. Me hace bien su compañía. Me dice que elijo sufrir de más, y creo que tiene toda la razón. Hay especimenes de la raza humana adictos a la melancolía. Y como dice Robert, hay otras fuentes de donde agarrar fuerzas y empuje.

-         Has de domesticarte Mario.
-     Sí, Robert, si, te entiendo. Pero cambiar costumbres requiere tiempo y esfuerzo. Estar atento. No permitir a la cabeza darle tantas vueltas a las cosas. Soltar. Y mi mente es extremadamente huidiza.
-         En eso tienes razón, tu mente es extrema, jajaja.

Hubo un momento de la noche, en ese tugurio húmedo, paraíso del anonimato, en que Robert habló de ti. Sabe lo que siento, no me cabe la menor duda. Yo disimulando pero queriendo saber más, estirando las orejas y la conversación todo lo que pude. Que te están yendo bien las cosas en el trabajo, que parece que van a contratarte en el periódico. ¡Qué bueno! Te lo mereces. Eres una profesional de pies a cabeza. En fin, poca cosa más. Que estás muy liada, que sales poco. Que vais cenando juntos de vez en cuando, entre semana. ¡Qué bien que te vayan bien las cosas!
Creo que estar un tiempo sin vernos nos permitirá dulcificar nuestro trato. Nos hará bien. Esperemos...Y también necesito averiguar qué tan cierto es lo que siento. Porque no dejo de cuestionarme si es tanto, si es real, si son puras proyecciones...bueno, un sinfín de preguntas que no tienen respuesta. De esas que te arrastran en una vorágine profunda y que te dejan tumbado y sin fuerzas. 
Debo dejar de fumar porros, al menos unos días, porque cuando me coloco solo en casa, la fiebre se agudiza. Y lo peor, nada que ver la fiebre que siento ahora, con la que sentía con Silvia, o con Anna...¡Nada que ver! Esta me arrastra por horas y me tumba. Nostalgia profunda de algo que no sé si existe más allá de mi imaginación. Y Robert parece que lo entendiera todo. Me llama para salir, se pasa por casa. Es un encanto de tío. Me siento muy agradecido con sus atenciones. Eladi comentó que me encuentra muy cambiado, más calmado, más comprensivo en los diálogos....a mí me da susto haberme transformado en otra persona en poco tiempo. Me cuesta reconocerme. Y de soslayo eché una miradita rápida a Robert, y entendí, que lo sabía todo, que sabía perfectamente la fuente de donde nacían todas las modificaciones sorprendentes de mi estado de ánimo y de mi persona. Pero permanece en silencio, no se mete, y se lo agradezco. Aunque me gustaría saber su opinión. Nos conoce a ambos. Y quizás sabe algo que yo no sé. Quizás le has contado alguna cosa. Un día de estos le digo, a ver que pasa. Pero tampoco me gustaría incomodarlo, que se sienta que lo utilizo para indagar sobre tu vida. Pero, ostras, si no lo puedo compartir con alguien, voy a reventar. Nunca pensé que añoraría tanto  sentirme arropado por una amistad. Realmente, he cambiado demasiado, en poco tiempo, y reconocerme así, es duro, renunciar a lo que me daba seguridad y consistencia frente al mundo es devastador.  Ni tan siquiera estoy con ánimos de mirarme al espejo. Cruzo por delante de puntillas, intentando inútilmente escapar de este Mario frágil y transparente, paseante nocturno de todos los bordes de precipicio.