El agua empezó a cantar una canción enamorada. Flotaba en el aire suave y pura. Se dirigía llena de ternura a su caballero de fuego. Me emocionó esa comunión entre elementos, esa revelación.
Con el ángel del amor, llegó el momento de entrar en ese estado maravilloso donde los hombres se acercan a Dios. Por eso, bendecí nuestro encuentro y lancé, ilusionada, todos mis anhelos aromáticos y especiados dentro del cáliz.
Acepté mis sentimientos. Delante del espejo ungí mi cuerpo con tu recuerdo.
Luego, me acerqué a la taza de té. Detuve mi nariz en medio del vapor. Cerré los ojos. Respiré la humedad caliente. Esculpí el agua con mi aliento.
Esta palpitaba. Erizaba su piel con las promesas de mis labios.
Y pensé: Beberé té. Te beberé.
De pronto, apareció la señorita cucharilla con sonido a campanillas, repicando incansable en la barriga cerámica de mi taza. Pedí silencio. Besé el abismo, lento, muy lento. Sorbí poquito y repetí. Mi corazón hirviendo.
Paladeé los pensamientos, uno a uno, con ritmo a olas de mar tranquilo. Y por un momento, abandoné mi taza y mi asiento.
Paseé por mi casa. El deseo como vestido. Las ilusiones como peinado.
¿Llegará el reencuentro?
Y llegó.
Bebí mi último trago de té, ya frío, y brindé por ti, por despertar, por conectar, y por vivir.